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Recuerden que con el dinero no van a poder chantajear
a la “PELONA”. La “PELONA” no discrimina.
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A decir la verdad, a pesar de que Luis tenía cuarenta y cinco años, su rostro era un mar de arrugas, reflejo del estrés producto de su amarga vida privada, su obsesión por el dinero y el no tener tiempo para comer. A veces su almuerzo era un pedazo de pan con un refresco o agua. Su “modus vivendi” había perdido su rumbo y su alma se había oxidado. Debo aclarar que Luis no solo era uno de mis mentores en algunos temas, sino también mi amigo. Mi amigo lo tenía todo: una casa que parecía una mansión (no un hogar), mucho terreno, millones de dólares y un automóvil de los más caros en el mercado.
Por supuesto, un mal día ocurrió lo inevitable en su trabajo: un infarto cardiaco lo visitó. Gracias a Dios logró superar tal crisis; no obstante, su médico le planteó el “ultimátum”: debía renunciar a su estilo de trabajo o a la vida. De esta forma, Luis, luego de un examen introspectivo y obedeciendo el consejo del médico, optó por cambiar su patrón de conducta. Vendió todo lo que tenía y se fue a vivir al campo una vida tranquila en contacto con la gente, la naturaleza y el Señor.
Luis llevó una vida muy desequilibrada con el único fin de llenar su ego, tener poder y acumular riquezas. Tan así fue que se había olvidado de su salud física, emocional, social, espiritual y de ayudar a otros. Su mundo interior era un desastre. Por suerte, de cada mal sale un bien si la experiencia se interpreta adecuadamente. Todo suceso tiene un porqué, y toda adversidad nos enseña una lección. Luis comprendió que el fracaso, sea profesional, personal o espiritual, es necesario y es una bendición de su “MAESTRO” para lograr su crecimiento. Luis descubrió que su mundo interior estaba vacío, desprovisto de amor, y aprendió que el éxito externo no significaba nada porque no tenía éxito interno. A pesar de ser un hombre brillante intelectualmente, desperdició los mejores años de su vida convertido en un adicto al trabajo, con el único fin de llenar sus arcas al máximo. Luis nuca invirtió tiempo para contemplar la naturaleza, bien sea la belleza de una flor o la maravilla de un ocaso; mucho menos dedicó tiempo para visitar a su familia, su médico, viajar, tomar vacaciones, hacer amistades o visitar el templo de Dios. En fin, aunque sus padres murieron, jamás tuvo tiempo para, en su día, ir a visitarlos al cementerio y llevarles una flor.
Sin embargo, hoy Luis, aceptando su grave error, es una persona distinta: se siente feliz, más joven, más generoso, más pausado, se casó, y parte de su riqueza la ha ido compartiendo con los más necesitados. Hoy administra bien su tiempo atendiéndose a sí mismo y participando de actividades filantrópicas. Reordenó su vida; es un hombre radiante de paz, y su prioridad es evangelística.
Señores, ¡qué muchas personas existen en nuestras comunidades que están actuando como lo hacía Luis! ¡Cuidado! Estos se creen que nunca van a morir, que van a vivir trecientos años o mucho más que Matusalén. Recuerden que con el dinero no van a poder chantajear a la “PELONA”. La “PELONA” no discrimina. Lamentablemente, en una comunidad donde hay tanta pobreza son muy raras las personas millonarias que hacen alguna aportación de carácter humanitario. Esperemos que el caso de Luis sirva de paradigma (ejemplo que sirve de norma) para todos nosotros, en especial a los que hemos existido, pero nunca hemos vivido.
Moraleja: “Del mismo modo que vinimos al mundo sin nada, tendremos que irnos también de él sin nada”. “La inmortalidad del ser humano radica en la aportación que haya hecho al necesitado”.
-El nombre del protagonista ha sido cambiado para proteger su identidad.-
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